En la banca con Emily Ratajkowski

señora ratajkowski pase al estrado

Emily Ratajkowski es una de las modelos más famosas del momento. Saltó a la fama cuando protagonizó el video de Blurred Lines y después de eso su carrera siguió escalando. Tiene casi 27 millones de seguidores en Instagram, es activista política y se proclama feminista. El martes pasado publicó un ensayo denunciando la industria del modelaje y contando su experiencia.

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Fuente: Tina Tyrell para New York Magazine.

Por: Carolina Flechas

Hace una semana estaba en mi cama, limpiándome las correspondientes lagañas, propias de una noche de ver Netflix, cuando vi que Twitter estaba revolucionado porque la famosa Emrata publicó una pieza personalísima, politiquísima y bien escrita, sobre su experiencia con la violencia, la misoginia, el maltrato, la sexualización y la poca agencia que ejerce sobre su imagen, en la famosa revista The Cut.

Inicié con entusiasmo desmedido. ¿Qué mejor para bajar el café de la mañana y la ida matutina al baño que un artículo elaborado y bien escrito por una de las mujeres más famosas del planeta? Lo leí todo. Y esta lectura caníbal (porque se devora a sí misma como la viborita nokia) me recordó la manera en que suelo comer los duraznos: con un cuchillo con el que voy pelando y cortando. Poco a poco intentando llegar a la semilla del centro.

Por eso lo de Emily me dejó pensando.

Decidí remojar el asunto y apartarlo para que en la maceración del día pudiese tener una opinión un poco más clara, y el domingo, para mi sorpresa, llegó a mi mail mi newsletter favorito, Maybe Baby de Hailey Naman, que no pudo ser más claro. La edición de ese domingo se tituló “The Emily Ratajkowski effect” y también — porque eso es lo que pretendo — fue un ensayo exploratorio de todos los lugares y fibras que la pieza de Emily tocó.

Antes de empezar quisiera aclarar algo que puede hacer que muchxs abran los ojos bien grandes, como para echarles gotas, como dice mi mamá. Y aunque sé que varixs no van a adoptar mi postura, y que me someto a un pequeño linchamiento digital, tengo que plantearlo.

Vivimos en sociedades absolutamente dogmáticas, que tradicionalmente, y en parte gracias a la seguridad psicológica de saber en dónde estamos parados, piensa en blanco o negro. Estamos a un lado u otro del río. Me explico mejor.

Nuestra condición humana hace que la tarea de pararse en los grises sea difícil. Nos gustan las aceitunas o no. Somos pacientes o no. De izquierda o derecha. Y aunque digo que es difícil pararse en la infame postura socialdemócrata, tibia y con sabor a flan, no digo que sea imposible.

Lo mismo pasa con el feminismo, que despierta tantas pasiones por estos días, porque es inevitable reconocer que, como decía Habermas, la opinión pública siempre (SIEMPRE, TAMBIÉN EN MAYÚSCULAS) está ligada al poder y con las dinámicas de los procesos políticos. El feminismo no está exento de ninguna manera de ser parte de la sociedad en la que se desarrolla y en la que todos los días combate las violencias y la misoginia.

Por eso no es raro que ciertas versiones del feminismo — porque hay varias — tengan mayor y mejor acogida que otras. No es raro que ciertos tipos de activismo, sobre todo los digitales, tengan mayor repercusión, circulación y difusión. Y tampoco es raro que ciertos feminismos queden pseudo-demonizados por expresar posturas que se alejan cada vez más de su contraparte pop.

Creo que el artículo de Emily encaja a a perfección en ese feminismo. “Ese” feminismo que vamos a intentar leer con más profundidad, porque parte del ejercicio ensayístico está en explorar y penetrar regiones inciertas.

Está en interrogar eso que ha quedado sedimentado, para así poder desnudarlo y llegar a su centro, que tiene como único dueño (dueña) a un sujeto poseedor de saberes arrogantes que son incuestionables y que vienen envueltos en una racionalidad inexpugnable. Que nadie se atreve a cuestionar por el temor al latigazo que puede ir a continuación.

Para eso iniciemos con la lectura, que no busca una respuesta, sino que es absolutamente provisional y que solo quiere ir descubriendo el territorio.

Emily Ratajkowski publicó un ensayo, aclamado por muchos — por su valentía y por atreverse a publicar experiencias tan personales — que está lejos de la conversación normal que se tiene en un mundo tan opresivo como el del modelaje, en donde literalmente se vende la imagen.

Sin embargo, hay que recordar que, al menos en mi lectura, Emily solo habla de Emily y su ensayo, no menos valioso por eso, sabe a una suerte de ejercicio de autocompasión y de explotación de lo que su persona representa (su marca feminista).

En el ensayo no incluye a nadie más. Su situación es particular y ella lo entiende. De ninguna manera representa a la mayoría de mujeres del mundo, que tienen otras luchas y opresiones.

Ahora bien, en el ensayo cuenta las diferentes violencias que tuvo que vivir. Una experiencia con una de sus fotos de Instagram, por la que fue demandada por millones de dólares. Un contrato con un fotógrafo famoso que incluía una estadía en la casa de este por una noche. El hackeo que sufrió que terminó en la circulación de sus fotos privadas, entre algunas otras.

En su escritura plasma su experiencia personal y se pone a sí misma como sujeto-objeto de la reflexión; lo que es absolutamente respetable. El problema está en otro lugar.

La modelo hace una denuncia clara: ha sufrido violencia, explotación y misoginia, y durante muchos años ha luchado contra esto, exponiéndose a sí misma, siendo dueña de su sexualidad, explotando el mismo sistema que denuncia, a su favor. Lo que intenta transmitir en su ensayo es la famosa resiliencia femenina, capaz de aguantar los embates de un sistema que oprime con fuerza.

Llegados a este punto quisiera preguntar si ustedes también comulgan con la doctrina de que cualquier elección que hagan las mujeres (cualquiera, en serio) entra dentro del feminismo.

Es una pregunta válida que genera resquemor. Las feministas radicales se lo preguntaron hace mucho tiempo y llegaron a una respuesta inevitable. Cualquier elección no es feminista, ya que la opresión es sistemática y nuestras decisiones se enmarcan dentro de ese sistema, sin muchas opciones de salida.

Y dentro de una versión popular del feminismo, criticar esas elecciones — que en el caso de Emrata se abocan a destruir al patriarcado posteando su mínima cintura y sus abdominales — se ve como anti- feminista. ¿Pero realmente lo es?

Emily narra en su pieza que no tiene miedo de mostrar su cuerpo desnudo. Su mamá lo hacía, las turistas de Mallorca también. Pero su imagen virtual es una sin ropa, que posa espléndida, bronceada, con maquillaje, extensiones, filtros y retoques.

Explica que quiere convertirse en “un modelo para las mujeres jóvenes que están explorando su sexualidad. Para que no sientan vergüenza y para se sientan empoderadas”.

Su discurso, disculpen ustedes, se siente vacío y lleva a la inevitable pregunta de cómo luchamos contra nuestros opresores. ¿Cómo nos desmarcamos de aquello que nos pone grilletes? ¿Lo redefinimos? ¿lo rompemos desde adentro?

Emily hace parte del mismo círculo del que trata de separarse, y en su lucha (o al menos en la versión de activismo que parece encantarle al internet) sube fotos hipersexualizadas y empoderadas (sus palabras, no mías).

Cuando le preguntaron en un podcast, un par de días después, cómo concebía su lucha feminista, no dudó en contestar que el ensayo era su lucha y la manera en que retoma el poder.

No voy a debatir si Emrata es feminista o si está haciendo las cosas bien o mal, porque en este punto ya todes sabemos donde termina eso. Pero si quiero preguntarme qué significa participar y beneficiarse de la misma cultura que se denuncia.

La autora Katy Waldman utiliza un concepto que me parece muy interesante, “reflexivity trap” (la trampa de la reflexividad), que implica la idea de que expresar la conciencia de una culpa absuelve de esta (una suerte de, me robo un caramelo, pido perdón, mi culpa desaparece).

¿Acaso no hay que actuar también? ¿si uno profesa determinada creencia no hay que actuar sobre los principios de esta?

Además, el sistema neoliberal nos enseña que los problemas sociales se pueden resolver mediante acción individual, aunque las raíces sean tan profundas que en realidad requieren trabajo conjunto.

Natasha Stagg dice que “tenemos que para lograr un cambio verdadero, tenemos que comprometernos a maneras más emancipatorias de acción colectiva”. Y yo no podría estar más de acuerdo.

¿Qué pasaría si en vez de desear que todos los cuerpos tengan más likes en instagram, intentamos redefinir las aspiraciones estéticas, ya mediadas por la cultura occidental?

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Foto del instagram de Emily. “Somos más que nuestros cuerpos, pero eso no significa que tengamos que tener vergüenza de ellos o de nuestra sexualidad”

Porque desde esta orilla, se ve claramente que la solución que propone Emily solo aplica para mujeres como ella, y eso no está mal. Solo hay que entender que su acercamiento al problema no va a liberar a millones de la opresión. Es un ensayo complaciente y purificador para ella.

Su posición política, casi sin intención, justifica el mismo sistema que denuncia. Y por esto creo (y esto ya es mi postura personalísima) que los posts liberatorios, desnudos y bellos, no son el camino a la redefinición de muchos de los conceptos que queremos modificar. Creo que una foto de un culo o de unas tetas, acompañadas de un #loveyourself, está lejos de un feminismo creador (por lo tanto, destructor) y comprometido con cambiar las estructuras que sostienen muchas de las opresiones.

De nuevo, no hay respuestas. Este ensayo es una artesanía, que busca escapar de las narraciones tradicionales. Es un extravío y un paso hacia una zona peligrosa.

Mi intención es abrir puertas y con ellas también ventanas y azoteas. No todos los caminos llegan a Roma, pero preguntando podemos ir dando pasos.

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